Hace un par de meses me encontré con el artículo “Gendered inequalities in competitive grant funding: an overlooked dimension of gendered power relations in academia”, del que me sorprendieron, principalmente, la introducción y la revisión de la literatura. El artículo explora las diferencias de género en la financiación científica con una base teórica a la que no estoy acostumbrada en la literatura de cienciometría (Steinþórsdóttir et al., 2020). En especial, las autoras se basan en las ideas de Sylvia Walby sobre la segregación y subordinación de las mujeres en el ámbito laboral. El libro citado en el artículo donde se desarrollan esas ideas era “Theorizing Patriarchy”, de 1990, un ya clásico de la literatura feminista (Walby, 1990). Las ganas de entender mejor estos conceptos me llevaron a leerlo.
A lo largo del libro, Walby identifica y explora los diferentes pilares del patriarcado, analizando en detalle cómo diferentes corrientes teóricas han intentado entenderlos. Para cada pilar (trabajo remunerado, tareas domésticas, sexualidad, cultura, violencia y el estado) obtenemos una ilustrativa descripción de las principales teorías sobre cada pilar dentro de la corriente del liberalismo, el feminismo marxista, el feminismo radical y la teoría del sistema dual (una síntesis de feminismo radical y marxista). La autora acaba mencionando lo que son, en su opinión, los principales cambios que ha habido en el patriarcado en los últimos años.

En el marco de mi investigación (las diferencias de género en la ciencia y el impacto que tienen sobre el conocimiento que se genera) este libro me resultó muy ilustrativo. En esta pequeña nota quiero recalcar los principales aprendizajes que saco de la lectura, así como las limitaciones (en su mayoría debido a la edad del texto) que he encontrado. Haré esto relacionando ciertos elementos del libro con mi propia línea de investigación y otros pensamientos que me han ido surgiendo.
Lecciones
El libro no da puntada sin hilo. Aun sin haber pasado del primer capítulo, Walby incluye una reflexión sobre cómo la ciencia actual (de 1990) reproduce la brecha de género. A nadie nos resultan ajenos casos de estudiosos del siglo XX y anteriores que han usado métodos científicos y el apoyo de la comunidad académica para mostrar sus sesgos machistas o racistas. Para revertir esta tendencia y contrarrestar todo ese conocimiento sexista, la autora señala dos respuestas posibles. En primer lugar, se pueden usar los métodos existentes en la ciencia para destrozar supuestos erróneos sobre la mujer. Lo problemático de este enfoque es que asume que existen métodos neutros de investigación y que la forma en la que se elabora el conocimiento es neutra también. Sin embargo, puede que esto no sea así. La segunda respuesta, basada en los escritos de Harding, se centra en sostener que la única base de conocimiento imparcial del mundo es la propia experiencia directa de las mujeres, sin pasar por el uso de los métodos científicos creados por los hombres. Aunque discutible, resulta esclarecedor el énfasis en lo cualitativo, que permite que las mujeres mismas sean las que hablen, sin ser mediadas por una ciencia que inicialmente no fue creada para (ni por) ellas.
Además, esta discusión se puede relacionar con la actual devaluación de las ciencias sociales y humanidades. ¿Se eleva lo cuantitativo y se relega a un segundo plano lo cualitativo debido a que estas son las áreas donde actualmente hay más mujeres? En este sentido, resulta esclarecedor el análisis de Larregue y Nielsen centrándose en las jerarquías de conocimiento de Bourdieu (Larregue & Nielsen, 2023) o la “contagion of disrespect” mencionada por Wong y Rubin (Wong & Rubin, 2023). Ambos análisis dejan ver una devaluación de aquellas áreas donde hay más mujeres, que son, precisamente, las que tienen un corte más cualitativo. También, dado el clima político actual, no está de más recordar las raíces retrógradas y machistas de lo que se supone que es la cima de lo neutro, lo cuantitativo y lo tecnológico (para más información, leer “Hacia el tecnofascismo”: las raíces reaccionarias de Silicon Valley”).
En este sentido, la autora discute hasta qué punto los avances tecnológicos en el ámbito del hogar han servido para liberar a la mujer, para llevarla a dejar de ser el «Angel del Hogar». En su repaso por las teorías sobre el tema, algunas pensadoras estiman que las tecnologías de la reproducción rescatan a las mujeres de su biología mientras que otras autoras han argumentado lo contrario, es decir, que el desarrollo de la nueva tecnología reproductiva está aumentando el poder patriarcal en lugar de disminuirlo. Sostienen que estamos asistiendo a un desplazamiento del poder sobre el proceso de reproducción, que pasa de las mujeres a una profesión médica controlada por los hombres. También hay otras pensadoras que discuten sobre la división doméstica del trabajo tras la inclusión en los hogares de nuevos electrodomésticos y tecnologías. Por ejemplo, en el caso de las lavadoras, Cowan constata que, desde que existen, la ropa se lava más a menudo, por lo que el tiempo total de limpieza de la ropa no se reduce.

Otra reflexión que me llevó a hacer la lectura es que la manera en la que hacemos ciencia en la academia está enmarcada en el pensamiento liberal. Así como el feminismo radical entiende que los hombres como grupo son los mayores beneficiarios de la subordinación de la mujer y el feminismo marxista entiende que la desigualdad de género viene del capitalismo, en el liberalismo la subordinación no se entiende como resultado de estructuras sociales, sino como la suma de muchas y pequeñas privaciones diarias. De esta manera, no se encarga de buscar las raíces de la desigualdad de género y la relación entre ellas, sino de mostrar sus efectos en determinados elementos concretos. Y así es precisamente cómo entendemos las desigualdades de género en la ciencia desde este campo de investigación, aunque no se explicite: nos centramos en un elemento determinado en el que se expresa la desigualdad de género, en lugar de intentar ir más allá y de encontrar las raíces de la estructura social que legitima dichas desigualdades.
Aunque esto es legítimo dadas las limitaciones de la metodología, siento que no estaría de más referenciar esta limitación en nuestras investigaciones. En este sentido, el uso que hace Walby de “social structure” en su definición de patriarcado (sistema de estructuras y prácticas sociales en el que los hombres dominan, oprimen y explotan a las mujeres), ha sido esclarecedor. La propia autora recalca que «el uso del término estructura social es importante, ya que implica claramente el rechazo tanto del determinismo biológico, como de la noción de que cada hombre individual está en una posición dominante y cada mujer en una subordinada». Me sorprendió la dificultad que encontré al intentar emplear este concepto en un artículo, hasta el punto de que opté por eliminarlo. Sin embargo, este libro me ha dado la base teórica para no eliminarlo si necesito volver a recalcar la naturaleza totalizadora y escurridiza del patriarcado.

Debido a mi tema de investigación me interesó en especial el segundo capítulo, que se centra en el trabajo asalariado. Aparte de una interesante revisión de la literatura siguiendo las teorías previamente mencionadas, Walby explica la diferencia que Hartmann hizo sobre las estrategias patriarcales en el empleo. A principios del siglo XX, la estrategia era de exclusión: se impedía totalmente el acceso a las mujeres en un ámbito de empleo, como puede ser el caso de la ciencia. Entonces, se comenzó a desarrollar otro tipo de estrategia: la segregación. Es decir, ya se permitía a las mujeres participar en el mercado laboral, pero se separa el trabajo de mujeres y hombres y se clasifica el primero como inferior al segundo en términos de remuneración y estatus.
En este sentido, la autora distingue entre grado y forma de patriarcado. Los grados de patriarcado se refieren a la intensidad de la opresión en una dimensión específica; las formas se refieren al tipo general de patriarcado, definido por las relaciones específicas entre las distintas estructuras patriarcales. Se han producido reducciones en algunos aspectos específicos del patriarcado, pero las reformas progresivas se han topado con el contraataque patriarcal, a menudo sobre nuevas cuestiones en lugar de sobre las mismas. Por ello, que las mujeres no estén abiertamente expulsadas de esferas públicas no significa que no haya explotación y desigualdad en ellas. Todas estas ideas llevan a un cuestionamiento que ya llevaba un tiempo leyendo, sobre si el concepto de paridad de género en la ciencia (mismo número de investigadoras que de investigadores) es indicador suficiente para informar sobre la situación de la mujer en la academia. También sirven para cuestionar a todos aquellos que expresan su desencanto con los estudios de género e informan de que ya no son necesarios. El paso de una estrategia de exclusión a segregación cambia la situación, indudablemente. Pero podría decirse, incluso, que la hace más compleja. Por lo menos más compleja de medir, estudiar y entender. Lo cual, no hace que sea un tema que deba estudiarse menos, sino precisamente mucho más.
Limitaciones
Evidentemente nos encontramos ante un libro escrito hace más de 30 años, hecho que no pasa desapercibido. No solo falta una discusión queer, también, por ejemplo, su trato de la raza, aunque presente, es más bien un paréntesis que una pieza clave de su pensamiento. Además, se centra enormemente en Reino Unido y Estados Unidos, por lo que ciertos elementos de sus principales tesis puede que no sean aplicables en otros lugares.
También sería interesante leer una actualización del libro, donde se pudiera ver cómo ha ido evolucionando lo que la autora denomina el paso de un patriarcado privado (aquel basado en la producción doméstica, donde el padre/marido es beneficiario directo e individual de la subordinación de la mujer) a uno público (las mujeres no están excluidas de los ámbitos públicos, pero, sin embargo, están subordinadas dentro de ellos).

Por otro lado, el libro se centra en estudiar elementos que pueden ser considerados menos relevantes en la actualidad, como puede ser la división de tareas del hogar o el papel del estado en la creación de leyes que protejan a la mujer. Sin embargo, creo que la desactualización de sus datos y de las leyes mencionadas no debería ser motivo para eliminar el trasfondo de sus afirmaciones. Es decir, esta limitación de contenido no supone una limitación de la forma. Por ejemplo, si nos centramos en la división de tareas del hogar, puede que actualmente esta división no sea tan impactante como lo era a finales del siglo XX, pero no por ello debe ser ignorada, ni pensar que es algo ya superado (ya que, por cierto, no lo es. Véase, por ejemplo, el caso de los y las trabajadoras de la ciencia, tal y como muestra Derrick et al. (2022)). Solo habría que actualizar el tipo de opresión al siglo XXI.
Conclusiones
La lectura de este libro ha sido muy enriquecedora. Me aporta una base teórica que no siempre está presente en la bibliometría y les da apoyo a conceptos que hasta ahora solo comprendía intuitivamente. Me parece importante entender el patriarcado como una estructura social y sus distintas representaciones como un círculo vicioso que afecta a todas las esferas de la vida y de la ciencia. Entiendo que esto complejiza su estudio, pues, ¿cómo vamos a estudiar algo que está en todos lados? Sin embargo, donde hay poder hay resistencia y siempre hay grietas por donde podemos tirar. Todo esto teniendo siempre presente que una falta de evidencia en los datos no implica que no vivimos en un patriarcado. Quizás tienen más que ver con que no estamos mirando donde deberíamos.
Además, debido al carácter algo meta de mi investigación, este libro ha sido como ponerse un espejo. ¿Qué ciencia queremos hacer? ¿Cómo queremos investigar la brecha de género en la ciencia? ¿Es la paridad suficiente para medirla, o deberíamos ir más allá? ¿Cómo se puede estudiar algo tan escurridizo y a la vez tan evidente como el patriarcado? Creo que en la teoría podemos encontrar muchas vías para guiar nuestras investigaciones y, a través de esta nota, abogo por una mayor presencia de la misma en nuestra ciencia. Los datos están muy bien, pero no hablan si no les hacemos las preguntas adecuadas ni les enmarcamos en algo mayor.
Referencias
Derrick, G. E., Chen, P.-Y., van Leeuwen, T., Larivière, V., & Sugimoto, C. R. (2022). The relationship between parenting engagement and academic performance. Scientific Reports, 12(1), 22300. https://doi.org/10.1038/s41598-022-26258-z
Larregue, J., & Nielsen, M. W. (2023). Knowledge Hierarchies and Gender Disparities in Social Science Funding. Sociology, 00380385231163071. https://doi.org/10.1177/00380385231163071
Lewis, B. (2025, 1 febrero). “Hacia el tecnofascismo”: las raíces reaccionarias de Silicon Valley. ElDiario.es. https://www.eldiario.es/internacional/theguardian/tecnofascismo-raices-reaccionarias-silicon-valley_129_12009236.html
Steinþórsdóttir, F. S., Einarsdóttir, Þ., Pétursdóttir, G. M., & Himmelweit, S. (2020). Gendered inequalities in competitive grant funding: An overlooked dimension of gendered power relations in academia. Higher Education Research & Development, 39(2), 362–375. https://doi.org/10.1080/07294360.2019.1666257
Walby, Sylvia (1990). Theorizing patriarchy. Ofxord: Blackwell.
Wong, K., & Rubin, H. (2023). Social Dynamics and the Evolution of Disciplines. Philosophy of Science, 1–10. https://doi.org/10.1017/psa.2023.149